Se subasta un libro, un libro de recuerdos, un libro con imágenes, con fotos, con olores, un libro para colorear, para recortar, para leerlo, para hojearlo.
Se subasta un libro lleno de sentimientos, de historias inéditas, de una novela común; repleto de cartas anónimas, de plegarias, de oraciones, de recetas, de sentencias, de reglas y preceptos.
Se subasta un libro que habla de ti, de ella, de ninguna. Uno que canta, que ríe, que llora, que ruega, que implora, que es fiel. Un libro roto, maltratado, destrozado, pisoteado y cubierto de cicatrices.
Se subasta un libro escrito con tinta roja, cada vez más oscura, casi negra, como lágrima que borra las líneas intensas de sus propias letras.
Se subasta un libro que narra cómo fue el comienzo, cómo ha sido el fin, cómo se terminó al voltear unas cuantas hojas. Un libro incompleto, sin páginas precisas, sin prólogo ni pie de página, carente de índice o introducción.
Se subasta un libro sin encuadernar, sin editar, de hojas doradas, escrito por mil y un manos, de un solo autor, del escritor desconocido que plasma sus ideas como voluntad divina, que no se detiene a pensar un instante en su ortografía.
Se subasta un libro sin comas ni puntos, con un único acento y cien idiomas distintos, con tres lenguas y una voz; sin patria ni hogar; un libro huérfano, un libro mártir; que puede ser valiente, noble y honrado, que lo ha visto todo con sus ojos muertos.
Se subasta un libro que puede ser amigo, confidente o tirano, que es juez y acusado, que posee la fuerza de los siete mares y la ternura de un recién nacido.
Se subasta el libro que fue sólo tuyo y que ya no es mío. El libro que odio porque lo dejaste inconcluso, roto, herido; el que me impulsaba a soñar despierto, a soportar hambres, miedos, fríos.
Se subasta el libro que ayer quemaste, que olvidaste en la alacena cuando te marchaste.
Se subasta el libro que habrías de contarle a nuestros hijos, el libro que detesto… por llevarlo dentro.