lunes, 25 de abril de 2011

Fuerza Natural (crimen cerrado)

Fuerza Natural (Cerati, Fuerza Natural, 2009)
“No sé nada de vos, dejaste tanto en mí…
… y otro crimen quedará sin resolver”
(Cerati, 2006)
A Cerati,
A la eternidad de mi apagada Luna





Fuerza Natural
Los cálidos rayos de un sol de abril desvanecen la niebla a mi alrededor, observo la cadena que me ata y me percato que no hay un candado en ella. Sé que es hora de irme. Con tristeza me despido de los cuervos que me hicieron compañía desde un principio y, débil, comienzo a caminar.

Los miembros me responden con dificultad, llevan mucho tiempo en reposo. Ha pasado un año desde la última vez que el sol atravesó el valle donde me encuentro. Desde aquella vez el lugar fue llenándose de cuerpos sin vida, inundándose de cráneos. La niebla sustituyó a la luz de la luna y las sombras lo cubrieron todo.
Al soltar la cadena, me doy cuenta que tengo un sendero por delante y eso me hace sentir mejor. Puedo viajar al espacio mismo, sólo es cuestión de medir el azar a través del viento. Siento la energía en mis venas y se lo adjudico a la suerte. Salgo de mí mismo para, al volver, encontrarme con chispas en la oscuridad. Mi estado de ánimo ha cambiado y seguirá así hasta llegar a mi destino.
Piso los fósiles que llenan el valle y asciendo hasta alcanzar una distancia considerable a la vera de éste, no debo caer, unos cuantos arbustos me sostienen, ayudándome a mantener el equilibrio. Al mirar hacia el cielo, observo que las nubes se alejan a gran velocidad. El ayer no volverá más.
No todo me es claro aún, mis pupilas se dilatan conforme voy acercándome a la salida de la depresión geográfica y me envuelve una luz azul. Alejarme de ese lugar sombrío me brinda fuerza, una fuerza natural para ir en busca de lo que una vez perdí. No importa si me extravío durante el viaje, jamás me he sentido tan bien, tengo mucho camino por delante, todo me provoca una gran calma y la alegría se escucha en mi voz.


Déjà-vu

El horizonte amplio y la luz solar me perturban. Todo ese tiempo dentro del valle oscuro modificó mi visión. Las olas de fuego en el asfalto me hipnotizan. Tengo la sensación de que ya he estado en esta carretera. Cada paso que doy me acerca a una premonición. Es muy similar al sueño profundo que un día abandoné. Pero hay un error en el tiempo. Parece como si este lugar no existiera. Espero con ansia volver a tocar el paraíso perdido pero no tengo la misma sensación de felicidad completa. Aún así, recuerdo detalles. Intento retenerlos hasta el siguiente anochecer. El reloj en mi muñeca, que durante meses estuvo detenido, comienza a girar hacia atrás. Vuelvo sobre mis pasos, pero el valle ha desaparecido. En su lugar hay una vía férrea. Quise retener la misma imagen, pero un eco rebota en la quietud del sendero: “Todo es mentira, ya verás, la poesía es la única verdad
Recobro la virtud de sacar la belleza hasta del mismo caos. Aún no es tarde. Escribo mi nombre en la tierra. Luego prosigo mi andar, esta vez bordeo la vía del tren.


Magia

Al parecer, me he perdido en el sendero, pero la intuición de a dónde voy es mi brújula. No me importa nada, sólo recorrer el camino, es difícil persuadirme porque en mi mirada se reflejaba el más grande optimismo. No debo fallar, el viento sopla a mi favor.

Una flor simétrica aparece de repente. ¿Qué secreto guarda? Es una flor muy brillante, hermosa. Debo seguir caminando. “Es la palabra antes que tus labios la suelten” Escucho a mi consciencia. O quizá es la flor. Sin secretos no encontraré el amor. Escucho el zumbido de un tren aproximándose, pero al buscarlo sólo observo un gran desierto. Todo me es útil, todo puede ser transformado. El universo y su magia me llenan de energía. Cualquier error esta vez será útil, sin excusas, porque todo conspira a mi favor.


Amor sin rodeos
Sigo caminando, la distancia enorme que me separaba de mi destino es disimulada por una carretera. Más allá de ésta, al horizonte, una llanura que con mi andar se aproxima al mar, se convierte en el lugar menos indicado para ocultar mi corazón. Recuerdo la promesa que la luna me hizo hace más de un año, antes de haber sido encadenado en la oscuridad: un amor sin rodeos. Ojalá que la inocencia en ella permanezca intacta, ahora que todo en el mundo es más perverso. Una hoja al viento cae a mis pies y miro al levantar nuevamente la cara, a un personaje con mi propia figura, sé que ofrecen una gran recompensa por él, porque él mismo fue quien me encadenó a aquella roca, lo conocen como el ladrón de corazones. La única diferencia que hay entre los dos son sus vestiduras completamente negras, una gran barba gris y un antifaz. Me ofrece su mano en señal de tregua, y me señala a un caballo que se encuentra atado en un árbol a la orilla del camino. Probablemente sea una trampa, pero en cualquier pueblo el infierno sería insuficiente para retenernos a ambos, yo he logrado salir del mismo averno, sin ayuda de trampas.
Escucho disparos, una emboscada me obliga a saltar al otro lado de una alambrada. Doy vueltas en la arena, y escucho a algunos pájaros repitiendo una canción. Encuentro al caballo, pero el jinete oscuro se ha ido. Subo en él y parto.

Tracción a sangre

La lengua del sol me atrapa. Siento la escases a mi alrededor. El vacío lo llena todo. Luego de huir de la emboscada tomo otra ruta, encuentro un pueblo solitario y me hospedo en un cuarto de hotel. Hay un santuario al interior de éste, pero está cubierto de desechos. Todo parece estar destruido, desierto. Cae la tarde y decido proseguir mi camino. Esta vida nómada me cubre de silencios.  Tal vez sea un suicidio admitir la verdad, pero a esta hora de la vida, encontrar a la luna y decírselo será lo mejor.
Llega la noche, por fin me siento libre, nadie me persigue. En la oscuridad no puedo mentirme. Pasan días y sigo avanzando en una carretera interminable. Mi caballo anda a un paso autómata y la sangre de ambos se une, no sentimos la necesidad de comer, una melodía nos impulsa a avanzar. La luna había sido tan mía que por un instante la olvidé. Formaba parte de mí.

Desastre

Una descarga de recuerdos intenta electrocutarme. Miles de voltios de imágenes atractivas me hacen parecer un buen conductor. No soporto la presión y fundo mis naves antes de la inminente explosión. Me salvó del desastre soltándome a buena hora: En un segundo me encontré en la órbita lunar, extasiado. El vacío se lleno con los metros que midieron mis pies. Polos opuestos que buscaban conexión me impidieron aprender y me hicieron ser durante muchos años el rehén de cualquier marea. Repetí algunas cosas siempre, como esa mala hora en que solté las manos del amor de mi vida. Ese roce en los dedos sintiendo cómo la energía me abandonaba, suspiros, dolor. Un inminente adiós.
Ojalá sólo se tratara de un sueño, pero ha sido real, todos los recuerdos intentan asesinarme, les temo. Es terrible saber que tremendo vacío pueda existir en la mente de una persona. Ese abismo bajo mis pies me recuerda que soy nada comparado a la inmensidad de este majestuoso mundo.

Rapto

El ambiente de aquella tarde me impidió salir, era la mejor ocasión para estar encadenados uno al otro. Ni siquiera pasaba por mi mente que un día la soltaría aquel día. Éramos muy felices e inconscientes. Cierro mis puños para no ver mis manos vacías. Ojalá pudiera decírselo ahora: llevo varios meses alimentando la utopía de volver a verla, mi morbo se eleva, creciendo hasta el cielo, es una cuerda que aprieta mi cuello. ¡¡¡Quédate!!! Le grité en incontables ocasiones, pero ella se fue, y al hacerlo secuestró a mi consciencia.
Aún la tengo aquí, y cada día es más largo que un siglo. Duermo en sus labios y le suplico que no sonría. Desordeno átomos suyos para hacerla aparecer. Arriba el sol y abajo el reflejo del estallido de mi alma.

Cactus

Desciendo del equino, me recuesto en un claro del camino. Extiendo mis miembros y busco en el cielo alguna señal. Mi destino está muy cerca, puedo presentirlo Cierro los ojos y me quedo dormido. Un cactus acaricia las yemas de mis dedos, éste florece una vez cada cien años y el veneno de sus espinas es más amargo que la hiel.
Al pensar en mi luna ese veneno se convierte en miel, lo bebo con ansiedad. Con sus efectos siento un infarto de fe y al volver la vista hacia arriba no hay un sitio donde la luz de mi lucero no esté.
Los árboles parecen témpanos y el vértigo de una terrible eternidad me provoca estertores. Pájaros en las copas de esos bloques de hielo se asemejan a la soledad que me invade por completo. Encontré su nombre tatuado en mi carne. Canto bajo sus relieves y sigo su voz. El sueño es tibio para los dos. Dudo que pueda sacar a ese cactus de raíz de mis entrañas. Del dolor que sus espinas me causan, vendrá un nuevo amanecer.
Aunque el tiempo es arena en las manos de la luna. Los espejismos aumentan mi sed. Sé por las marcas en el cactus cuánto he dejado para olvidar todo lo que hice. Y en un segundo la tierra se abre bajo mis pies. Puede que no haya certeza de nada en realidad.
Abro los ojos, debo proseguir mi andar, estoy más cerca de lo que parece, cada una de las señales me indica que pronto la veré, anclada al mar. Pero antes de llegar ahí, quiero ser suave para poder evitar su pureza.

Naturaleza Muerta

La esfera celestial no gira más, observo cómo se aleja hacia otro cielo, debí habérselo repetido: nunca la perdí. Cualquier otro día habría sido mejor, pero todo el mundo se ha olvidado de esta golondrina que falló.
Quise crearme un arcoíris artificial, tal vez pintar un cuadro de naturaleza muerta, y no pensar que aún la sentía cerca. Ahora entiendo que no hubo un buen final, porque sólo supimos comenzar. Pero deseaba que volviera tal y como la recordaba, esperaba que no hubiese cambiado en su esencia.
Di la vuelta al mundo y supuse que sólo nos quedaba un adiós.

Dominó

Una calma extraña me sume, estoy tranquilamente desesperado, intento ecualizar mis emociones, pero el ritmo cardiaco aumenta con la soledad. Un ruido de alguien que pende de un hilo, y que probablemente caerá por su propio peso. Es mi consciencia incesante que se hunde en una fe narcótica, temiendo ser el último eslabón de una cadena de desaciertos; una carga emocional que arrastro desde hace tiempo y que pronto podré desechar, porque vivir del pasado me está volviendo taciturno, debo seguir observando al futuro, crear un hueco en él, saborear cada larva que se transformará en una dulce y renovado brío onírico.
Un suspiro callado. Hoy soy parte de una lluvia lejos. No pondré más canciones tristes en el reproductor. Mi esencia es visible. Escucho el eco del mar, ruido de olas, el murmullo escandaloso de un tren. En mi éxodo, he sentido la arena introduciéndose en mis botas, y al frente, el horizonte curvo de los reinos de Neptuno. Escucho cómo el viento se enreda con el océano. Quién sabe cuánto habré de remar. El destino del viaje que emprendí al alejarme de la roca, en aquél lúgubre desfiladero.
Me desprendo de mis botas. Deseo sentir la arena entre mis dedos, el agua besando mis pies. A unos cuantos pasos un muelle y un viejo pescando. Conforme me acerco a él,  en el horizonte el sol va introduciendo al agua.

Sal

Al llegar al muelle dudo. El hombre que pesca me observa, me regala un aire de paz, en contraste con el tormentoso mar. Me mira a los ojos y con una seña me pide que le extienda mi mano izquierda, lo hago escéptico y luego de unos segundos lo escucho decirme: “No ignores a tu corazón, cree en ti mismo, lucha por lo que deseas y ve por ella”. Le sonrío sin sentir miedo, pero sorprendido. “¿Cómo sabe que estoy buscando a alguien?” Me animo a preguntarle. Suelta mi mano y me obsequia un cuarzo, mismo que introduzco en uno de los bolsillos de mi pantalón. Anda, hijo mío, la hora se acerca. Ahora me doy cuenta que sigo siendo muy confiado. Pero pocas personas me inspiran verdadera confianza. “Gracias por sus palabras” Es mi hasta luego. Cuento hasta cinco antes de saltar al agua. “Pase lo que pase no volveré atrás” pienso en ese breve lapso. El líquido que me cubre no es frío, es completamente cálido y a diferencia de la confusa superficie, dentro está desmesuradamente tranquilo, siento como si el mar formara también parte de mí.
El paisaje es enorme, abrumador. Tan azul y negro a la vez. Juntar los fragmentos de toda tu historia en un solo lugar, abandonar los presagios y dejar de usar la boca para hablar en exceso, son algunas de las cosas que me inspira este inmenso lugar. Resuena un temblor, la noche marina comienza a atravesarme. El foco diurno aquí es sólo un difuso resplandor. Animales magníficos me dan la bienvenida, algunos me observan inquisidores, otros sorprendidos, perplejos. Alargo el después y aguzo la vista para distinguir las miradas que se esfuman.
Me olvido de mí mismo. En la espera nado indiferente, examinando la bomba de tiempo en la superficie. La tierra al fondo de la masa de agua se abre. Lo que una vez me unió, hoy intenta desintegrarme. Cuento nuevamente desde cero, pero mi acción es detenida por dos hermosas sirenas. “Ahora conocerás la magnificencia de este mundo” escucho a una de ellas decirme y a la otra agregar “nunca en tu vida en la superficie podrías haberlo imaginado”.
Vaya que no lo imaginaría, pero he estado en lugares inimaginables y no me arrepiento de todas esas experiencias en mi viaje. “Que así sea” les contesto con una sonrisa en los labios. Permanezco absorto. Los abismos del mar que van rodeándome conforme nos sumergimos no me asustaban en lo mínimo. Al contrario, lo envolvían en una atmósfera pacífica.
Las sirenas me acompañaron hasta la entrada de un torbellino, no pronunciaron más palabras. Yo tampoco lo hice. Me había quedado sin muchas de ellas desde el momento en que llegué al muelle. En el límite entre el torbellino y el agua tranquila, los seres que yacen ahí, están siendo convertidos en sal.
Probablemente eso me suceda a mí también, pero realmente no importa, no creo que todo el recorrido haya sido sólo para encontrarme con el ángel de la muerte esperándome en un torbellino. Me acerco y la corriente me atrae hacia el centro donde todo es un rayo enorme de luz blanca. A través de las rápidas corrientes del vórtice percibo una silueta portentosa, es la firma de Neptuno y su magnificencia. No ofrezco resistencia y soy proyectado hacia el interior del remolino.

Convoy

La fuerza del tifón me ha arrojado muy lejos. Una fragancia dulce me despierta. ¿Cómo olvidarla? La llevo tatuada en cada una de mis neuronas. Una lágrima, la primera después de un año, un año completo desde el día en que me ataron a la roca. ¡Al fin! La energía en mi cuerpo a punto de hacerme estallar, el pecho reventando y el corazón saliéndose de su cavidad. Estremecimiento total, excitación al límite: la he encontrado.
No sé cómo llegué a este tren, pero aquí está ella: mi Luna, en una máquina que abandona la tierra de la locura. La contemplo completamente, de los pies a la cabeza buscando alguna señal de irrealidad. Es real, y ardo en deseos de abrazarla, de rozar su rostro, de besarla, de oler su cabello, de explorarla y escucharla reír.
El vagón abandona las vías y comienza a elevarse al espacio exterior. La siguiente estación estará mucho más allá del sol y el convoy espacial nos llevará lejos. Escucho una explosión tras nuestro, es una galaxia, que se transformaba. Volamos hasta otros planetas, en varios de ellos encontramos playas de relojes de arena donde dormimos varias veces y entre otros satélites, con volcanes ardientes, y al igual que éstos, hacemos el amor, fundiéndonos con polvo cósmico.

He visto a Lucy

La observo entrar a la habitación. Al hacerlo el espacio se curva. Luces llenan el cuarto, y un metrónomo pone el tiempo en suspensión. Nos sentamos a la orilla de la cama, muriéndonos de ganas, su vestido tan liviano, me enciende. Arden fuegos entre nubes de vapor.
Jugamos un rato, forcejeamos durante otro, y cuando nos unimos desafiamos la gravedad. Justo después, ella desaparece. Alucino una y mil veces, escuchando el eco de su voz.

# (Numeral)


Uno, yo mismos, estoy solo y me entero de dos diferentes maneras, llamo tres veces y ella me responde, suena un acorde.
Cuatro elementos más ella: cinco estrellas, mi preferida, seis veces el diablo se esconde en el limbo del tiempo, siete rayos misteriosos atravesando ocho horizontes infinitos, nueve veces ha sido real y casi disfruto chocar mientras cuento hasta diez mientras Luna se esconde.
Todo el principio y final, alfa y omega durante once cumpleaños, doce espumas diferentes en cada año, el trece de la suerte no existe, y los números a mi alrededor no mienten.
Soy uno, así, en dos distancias cerca y lejos, tres viajeros son los que armonizan su melódica voz, cuatro ruedas más, cinco es el número mágico y dan las seis antes de que vayamos a descansar, hay siete colores que se alejan ocho pasos de mí, en la novena nube subiremos, y contendré la respiración diez veces hasta el momento en que pare de contar.

lunes, 4 de abril de 2011

A ti, dulce luz de luna


A ti, dulce luz de luna…
Una enorme nostalgia, un vacío, desapego, estoy seguro que es donde puedo huir. Nada puede tocarme, ni siquiera el sonido que rebota en los muros, otras veces me he encontrado ahí. Me pregunto qué sucede, ¿me limitaré a encerrarme en este sentimiento?
A través de los árboles mi corazón está llorando lágrimas heladas, y me maravillo ante una inmensa paz alrededor de mí. ¿Cómo te perdí?
Los rayos del sol escurren entre las plumas de mi coraza impenetrable. ¿Deseas volver conmigo o han cambiado las reglas?
Me espera una eternidad sin ti, en esas noches ante el inevitable silencio en el claro de luna, dónde se intensifica el eco de tus pasos.
Tu recuerdo pasa de largo y me pregunto ¿dónde está tu voz? Sigo besando cada una de tus huellas mientras a tu nombre le hago el amor de manera intensa.
¿Por qué no me hablas, si sólo estoy amándote, si no he hecho más que adorarte?
No lo creo, te conozco a fondo y puedo jurar que al igual que yo estás muriendo.
¿Qué te impide acercarte? Toma mi mano y huyamos de este mundo asesino, subamos juntos en esa escalera al cielo, y siguiendo tu sonrisa encontraré mi camino. Dime que estás ansiosa, que deseas besarme de nuevo, porque sin ti, en un abismo me pierdo.

domingo, 3 de abril de 2011

Claudia


Cierro los ojos y un zumbido me incita a abrirlos de nuevo. Una familia camina tranquila y feliz al interior del tren en el que viajo. A través del cristal observo las azoteas, los cables eléctricos y las copas de algunos árboles.
Nuevamente ese zumbido en mi nuca. Me levanto de mi asiento e impulsivamente me bajo del tren en la estación en la que me encuentro. No me fijo cuál es porque comienza a colapsarse frente a mí. Atónito ante la mirada de pánico de la familia que se quedó en el vagón salgo corriendo. La calle está vacía pero escucho las sirenas de vehículos que se acercan.
Hay un parque cruzando la acera. Puedo verlo. Camino hacia allá. Miro mi reloj y veo que ya es tarde. Seguramente Claudia no llegará, o ¿ya se habrá ido? ¡Qué importa! De cualquier forma las flores que le traía se quedaron en el asiento del metro.
Camino entre los árboles y me extraña que el parque esté vacío. Ni siquiera hay ruidos, ningún polluelo en los árboles ni ardillas. Sólo sirenas que me provocan miedo. Subo una colina que me parece enorme, camino por casi una hora hasta encontrar un pequeño muro en la cima. Volteo hacia atrás y el valle de México me hace ver a la ciudad muy pequeña, me acerco al muro y me siento recargándome en él.
Una mujer se acerca, asegura conocerme, pero no logro recordarla. Sé que la he visto en algún otro lado. La invito a sentarse a mi lado, el muro es amplio. Levanto la vista al cielo y no hay nubes. El sol me deslumbra, y como reflejo cierro los ojos. La mujer me besa, le correspondo el beso, al hacerlo logro recordarla. No puedo creerlo. Es Claudia. Al menos es lo que el reflejo de sus labios me dice. Instintivamente la abrazo. Pero el aroma de su cuerpo no es el de Claudia. Esta huele a muerte, a formol, a azufre, y hace que llore. Me separo de ella desconcertado y el paisaje ha cambiado. Una extraña señal es una parvada de aves que se aleja de la ciudad.
A lo lejos, y acercándose lentamente, un punto negro que se agranda conforme se aproxima. La Claudia que no es Claudia me mira y sigue mi vista hasta distinguir el objeto que pasa velozmente ante nuestros ojos, dirigiéndose hacia la ciudad. Es una avioneta verde que lleva una gran carita sonriente en el fuselaje. Al llegar al centro del valle deja caer un objeto que desciende lentamente y por dos segundos se pierde entre los edificios.
El mismo zumbido que había escuchado las ocasiones anteriores. La nueva Claudia y yo nos hincamos, asomándonos por arriba del muro. Un resplandor que aumenta poco a poco, un hongo enorme de polvo que se levanta del lugar en el cual segundos antes había caído el objeto.
Estupefacto, comprendo mi final, y el de mi acompañante. Percibo gotas de lluvia muy frías en mi piel, más frías de lo común. Observo mis manos y la lluvia es de un color dorado. Una ola de calor que abochorna, provocando una reacción en las gotas que mojan mi piel y hace que empiecen a calentarse a una temperatura que quema.
Volteo a ver a Claudia, quien también está consternada y una lágrima en su mejilla preguntándome ¿Por qué? Me acerco y la abrazo, intentando protegerla de esta lluvia. Y aunque no es mi Claudia, la beso.
…Recuerdo el día que conocí a mi Claudia, yo estaba sentado en la banca de un parque, como éste, ella se acercó y me preguntó si podía sentarse a mi lado porque estaba algo cansada, ¿cómo decirle que no? Si se veía muy bella con su blusa blanca que contrastaba sus ojos y su cabello tan negros, y su pants azul escolar que la hacía verse aún más bonita. Le contesté que no había problema, que la banca era muy amplia, y que podíamos compartirla. Luego de platicar por casi dos horas, dijo que tenía que irse, pero antes de eso le pedí su número telefónico proponiéndole salir.
Aceptó gustosa y fue en ese mismo parque dos semanas más tarde cuando la besé por vez primera, ah, cómo olvidar sus dulces labios sabor cereza, y esos ojos que me estremecían. Pero lo que la hacía más especial, por lo que me sentí extasiado a su lado era la poesía que salía de su voz; pasábamos horas charlando de poesía, o escribiéndonos cartas salpicadas de versos, detalles que me hacían sentir especial. Y el olor de su suave piel de durazno, me excitaba en demasía. Era su aroma vital que transpiraba por cada poro lo que me recordaba la sutileza de estar vivo
Al paso de unos meses, ella empezó a cambiar, y hubo un tiempo en el que simplemente se alejó, casi un mes, sólo el silencio me acompañaba. Pero regresó, y yo no le pedí explicación, porque estaba feliz con su regreso. Y aunque ella ya no era la misma, me sentía emocionado con su presencia.
Anoche, quedamos de vernos a unas cuadras del metro Isabel la Católica, pero no sé en dónde me bajé cuando el zumbido en mi cabeza me estaba avisando del peligro...
A la Claudia que no es mi Claudia, le pido que cierre los ojos, porque me doy cuenta que la onda calórica principal se acerca lentamente, y con ella la muerte. El cielo se torna de un color rojizo. Los edificios se pulverizan y el cuerpo de Claudia se esfuma, antes de que mis ojos se cierren con el calor.